Hoy es tu cumpleaños, nunca se me olvida. Es lo primero que pienso cuando veo ese 2 en el calendario, antes de empezar a leer las noticias o hacer mis ejercicios mentales. Siempre pienso cómo serías, qué pensarías de mí, cuántas veces a la semana hablaríamos.
Supongo que todos los que extrañan a alguien tienen ese tipo de fantasías. En mi caso, para construir esos presentes imaginados a tu lado, tendría que cambiar todo lo que fuiste, tendría que imaginar también un pasado sin tu enfermedad. Y eso no es fácil, porque en cierta manera la enfermedad fue parte de ti, fue el camino, fue el destino. Ahí nos encontramos y aprendimos. Tú mucho más que yo, por supuesto. Yo solo aprendí a acompañarte, a olvidarme por ratos de mí y a sentir a Dios en nuestros silencios y dolores. Tal vez, ahora que lo leo, no haya sido poca cosa.
Tú, por otra parte, aprendiste a vivir, a dar, a entregar tu sufrimiento, a aceptar, a ser feliz.
Los pocos tesoros materiales tuyos me lo confirman. Tengo dos fotos, una de antes de tu enfermedad en la que estamos juntas, yo recostada en ti (también estaban mis papás, pero me pareció que sobraban y los recorté). La otra es de la Navidad más feliz, la última junto a ti. No recuerdo si en esa estabas tú sola o también la recorté, con tu turbante azul y tu mirada inteligente. Veo ambas fotos y me queda claro que en los años que transcurrieron entre una y otra aprendiste a sonreír. No solo con tus labios y mostrando todos tus dientes, también con tus ojos y todo tu ser.
Mi otro tesoro es tu libreta. La abro y siento que puedo oír tu voz. Te estabas preparando para dar el paso más importante y sentías miedo. “La fe madura a la persona en humanidad pero respetando la naturaleza. Y es muy natural y humano sentir miedo y angustia cuando está por “deshacerse nuestra morada terrenal””.
Hablas de tu dolor y del regalo de tu enfermedad, del amor místico que te transformó en la persona que amamos quienes te conocimos. “El Señor me dio la cruz y la cruz me dio a Dios… nunca creí que era tan gozosa la cruz… los dolores como las espinas duelen más cuando se pisan que cuando se besan”.
Veo tu alma, tus inquietudes, tus dudas y la profunda búsqueda que llevaste a cabo durante tantos años de dolor. Recuerdo los momentos de desasosiego y también los de absoluta esperanza, nuestras conversaciones y nuestras oraciones. Miraste de frente a la muerte, y al darle la cara te llenaste de vida.
“…la depresión me llega y me hace sufrir, y a ratos creo que soy hipócrita, aunque mi vida es real (…) a veces creo que estoy adelantando, que Dios me ha invadido, pero después me doy cuenta que soy de carne y hueso. Sin embargo, no sé si será presunción, siento una fe inquebrantable y una confianza ilímite en el Señor, nunca lo palpé más presente y… esto a ratos me asusta, porque no sé si es de Dios o es del diablo. ¡Pobre de mí! ¿quién me librará de este cuerpo que me lleva a la muerte?”
Cuánto quisiera volver a hablar contigo de todo esto, preguntarte cómo estás, decirte por qué ya no creo en la cruz, por qué voy por otro camino buscando un amor divino que esté libre de pecado y culpa. Tal vez no te gustaría, pero sé que me escucharías y me acompañarías en mis propias preguntas. Estarías aquí para abrazarme cuando este mundo me abruma y pierdo la esperanza.
Como ya no te puedo escuchar o tocar, te visito en mis tesoros. Me recargo con tu sonrisa y te siento en cada una de tus palabras. Feliz cumpleaños abueli, visítame en los sueños cada vez que quieras, para hablar de esta vida y de la próxima. ¡Tenemos tanto que contarnos!